TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO
Sonada ovación del público recibió anoche la compañía de la israelí Sharon Eyal, que bailó 'OCD LOVE Chapter II', en Condeduque. Allí estuvimos y nos unimos a los vítores. Te contamos por qué…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 04 de abril de 2024
Solemos valorar y aplaudir en danza la velocidad y la pirueta de infarto. La sonora –y merecida- ovación que el público madrileño otorgó anoche a la coreografía OCD Love Chapter II, en el Centro Cultural Condeduque (con función adicional hoy) premiaba, en parte, lo contrario. Lenta y ceremonial, la segunda creación de la serie ocd, de la sorprendente coreógrafa israelí Sharon Eyal, que ya presentó hace dos años en esta misma casa el primer episodio, tiene un lento devenir, un ascenso progresivo conseguido desde un control absoluto del timing de su danza fascinante y envolvente, en apariencia abstracta, que colinda con un cierto minimalismo que no es repetitivo y frío como el usual pero sí obstinado, insistente y obsesivo. Muy obsesivo habría que subrayar.
Eyal es minuciosa en el movimiento y exigente en el gesto. Mantiene a su equipo de siete bailarines casi todo el tiempo en relevé sin puntas, acompañando todo de tics nerviosos y espasmos corporales. La gesticulación exagerada es constante, y el baile siempre se ejecuta al unísono o en canon, desprendiendo de allí pequeños solos y duetos virtuosos. Durante una hora sus bailarines permanecen ensimismados y entregados a acciones obsesivas, prácticamente sin tocarse unos a otros. Ahora parece que se cosen un brazo, de inmediato simulan caricaturescos puñetazos a sus barbillas o avanzan como auto-ahorcándose con una mano. No solamente hay un control férreo sobre lo técnico. También les exige una actitud. El equipo defiende con esfuerzo, sudor, admirable compromiso y sorprendente resistencia las obsesiones de su jefa.
De hecho, OCD son las siglas en inglés para Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), desorden nervioso que ha sido el punto de partida de esta ciertamente compulsiva serie coreográfica, de la que Eyal ya lleva tres capítulos con L-E-V, su propia compañía, y uno adicional, 2 Chapters Love, una suerte de spin-off que montó para el Staastaballett de Berlín. No hay una historia ni una narrativa convencional en ninguna pero en todas empuja los elementos hacia los extremos de lo incontrolable, incluida en esta segunda parte la música fascinantemente insoportable de Ori Lichtik, colaborador habitual.
Es de lo más interesante la evolución de Sharon Eyal. Pasó 22 años como bailarina, coreógrafa y asistente de Ohad Naharin, en la Batsheva Dance Company, de Tel Aviv, y como la mayoría de los coreógrafos de Israel, ha creado desde la enrome influencia que ha ejercido su director, el ideólogo de esa técnica GAGA ya perfectamente instalada en los modos occidentales de la danza. Siempre tuvo originalidad Eyal (baste recordar la exuberante Bill para Batsheva), pero desde la fundación de su compañía L-E-V se ha esforzado en alejarse de ese influjo. Nunca lo conseguirá del todo, pues ha sido su base, pero va logrando, dentro de esas mismas coordenadas, su propio estilo, hoy ya reconocible (y muchas veces imitado). Todo un logro.
Curiosamente ha “matado al padre” acercándose, cada vez más, a la técnica del ballet clásico, prestando mucha atención al rigor, a la línea y las formas. Ahora necesita seguir evolucionando porque, aunque son maravillosos, los fundamentos y principios que delinean la obsesiva cadena de los ocds, pueden agotarse pronto. A todas luces, el paso lógico sería avanzar en lo clásico hacia el uso de puntas. Y es, justamente, lo que hará próximamente en su encargo para los bailarines del Ballet de la Ópera de París, nada menos.
